domingo, 17 de julio de 2011

75 años

Ha de advertirse a los tímidos y vacilantes que el que no esté con nosotros está contra nosotros, y que como enemigo será tratado. Para los compañeros que no son compañeros el movimiento triunfante será inexorable». El general Emilio Mola divulgó esta terrible amenaza días antes del que llamaron 'glorioso Alzamiento Nacional'. Con España dividida y el Gobierno de la II República en peligro por la situación política, económica y social, los conspiradores preparan la sublevación. La fecha, entre el 18 y el 20 de julio. La evolución de los acontecimientos y los rumores de que los insurrectos iban a ser detenidos empujan a adelantarla a la mañana del 18. Ese fatídico día del calendario abre el país en canal. Un día aciago, similar a un titánico badajo, frío y metálico, que golpea ferozmente las campanas de todos los rincones de España, hasta hacerlas sangrar. Tocan a guerra.
El levantamiento había triunfado la víspera en África, en las guarniciones de Ceuta, Melilla y Tetuán. Franco llega a Ceuta en ese 'Dragón Rapide' procedente de Canarias, después de embarcar a su esposa y a su hija rumbo a Francia. A partir de ahí, empieza a cumplirse la profecía del general Mola. El 18 de julio de 1936 se convierte en la antesala de la contienda fratricida. Después vendrá el inmenso reguero de muertos y mutilados, la encarnación del dolor, el odio, la miseria, la orfandad, la represión.
Las imágenes de estas páginas son retazos de un sufrimiento colectivo que se prolongó durante tres terribles años y buena parte de la posguerra y de la dictadura de Franco.
Soldados agotados, polvorientos, andrajosos, que aún conservan un hálito de vida para celebrar el triunfo, mientras al otro lado, invisibles, reposan los cadáveres de sus adversarios, muertos en combate o ejecutados y enterrados en oscuras fosas anónimas (que ve la luz ahora, al amparo de la Ley de la Memoria Histórica).
Pedregales, campos yermos, pueblos y ciudades son testigos de la barbarie. Se cambian los nombres de las calles a cada triunfo del contrario, se pasa hambre y los bombardeos dejan regueros de sangre y miles de personas sin hogar. Un hatillo, como mucho, y a buscar cobijo, sin saber de padres y hermanos, sin entender tanta injusticia, tantas sinrazones. Luego llegaría la cárcel, los campos de concentración en Francia, Alemania o España, los más desconocidos. El último, cerrado en 1962, un cuarto de siglo después del inicio de la guerra, fue el de Los Merinales, en Sevilla.
De aquel aciago 18 de julio, que Franco 'honró' con una paga extra anual para todos los españoles, el lunes se cumplen 75 años. Aún hoy, algunos solicitan una condena pública de aquel golpe militar que aniquiló el Gobierno democrático de la II República y destrozó la nación. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) pide que sea toda la Cámara, en sesión plenaria, quien se pronuncie el próximo día 18. Setenta y cinco años y las heridas aún palpitan en el corazón de muchos españoles. Un aniversario macabro, desde luego, como todos los que se han sucedido desde 1936.

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